Con la primera luz, del día que comienza, un amplio abanico de posibilidades se abre ante nosotros.
A pesar de que dormir es uno de mis mayores placeres, casi a diario, siento una llamada en el momento en que se empieza a intuir el paso de la noche al día. Es un despertador natural, quizás recuerdo de nuestros ancestros, que vivían en pleno contacto con la Naturaleza y el sol marcaba la actividad. Instinto primitivo que hace que justo, en ese momento, abra mis ojos y comience a ver el espectáculo del nuevo día.
Los grandes ventanales me permiten, en todo momento, el contacto visual con lo natural. Ver los ciclos o movimientos del sol y la luna, en cada una de las estaciones, me aporta estados de verdadera plenitud.
Me siento afortunada de poder contemplar ese maravilloso momento desde la cama, desde un estado de duermevela que, durante un tiempo, me lleva del sueño a la realidad y de la realidad al sueño. Es como si esa primera luz me envolviese, arropándome, acunándome y haciéndome sentir segura.
Es un momento muy especial que me lleva a estar muy presente y a sentir un profundo agradecimiento. Uno de mis momentos para conservar…